Múltiples reportes cuentan sobre una misteriosa barcaza flotando en la bahí­a de San Francisco que pertenece a Google y de la cual ningún oficial de la compañí­a o del gobierno ha querido dar explicaciones.

No fue sino hasta el jueves en la noche que el misterio por fin fue develado.

Según un reporte de la filial en San Francisco de la cadena de televisión CBS la barcaza, de cuatro pisos de alto y que consiste de contenedores para enví­o de 40 pies que son intercambiables, resultó ser una lujosa sala de exhibición y hasta un nivel para fiestas que ha estado más de un año en construcción y planificación, y que será dedicada a un sólo producto: las gafas o espejuelos de alta tecnologí­a llamados Google Glass (reporte en inglés con ví­deo aquí­).

Estos espejuelos electrónicos, que operan mediante el sistema operativo Android, sólo fueron ofrecidos a un par de miles de personas que tuvieron que convencer a Google mediante un escrito el porqué deben “tener el honor” de poseerlos (más bien comprarlos, porque aquellos seleccionados tuvieron que pagar US$1,500 por dicho “honor”).

Según el reporte, los contenedores que conforman la barcaza pueden ser transportados fácilmente por barco o tren a cualquier parte, convirtiéndolos en una especia de “edificio portátil”, y las presentaciones y eventos que allí­ se lleven a cabo serán sólo para invitados especiales tipo VIP.

Siendo esto así­, ¿cómo es posible que una empresa dedique tantos recursos a mercadear un producto que no está disponible para todo el mundo, el precio es absurdamente prohibitivo y sus funciones y prestaciones están aún lejos de ser realmente útiles?

A mi juicio, Google tiene asuntos más urgentes que atender.

Para empezar, la empresa deberí­a reevaluar lo que es su idea de servicio al cliente.

Decenas de miles de quejas esparcidas por incontables foros en la internet cuentan historias de cómo Google muchas veces deshabilita, desactiva y afecta, sin explicación ninguna, el acceso de usuarios a productos y servicios, para sólo proveer pobres recursos que supuestamente son para ayudar a resolver el problema, pero que muchas veces terminan confundiendo y haciendo que el afectado pierda todas esperanzas de resolver la situación.

A esto hay que añadirle instrucciones, documentación y recursos de ayuda que precen escritos por y, aparentemente, para ingenieros pero a kilómetros de distancia de ser claras y fáciles de seguir para usuarios comunes. Tampoco se me puede quedar el hecho de que las posibilidades de hablar con alguien en Google para resolver problemas son menores que las de lograr reunir en un mismo lugar al Dalai Lama y al gobierno chino.

Por otra parte, Google no parece dar “pie con bola” en Latinoamérica, y particularmente en Puerto Rico.

Ya casi alcanzan media docena los acercamientos que Google ha hecho a la prensa en Puerto Rico por medio de un relacionista público o agencia de relaciones públicas con la misma historia, el mismo libreto y la misma promesa: Google está interesado en el mercado de Puerto Rico y quiere atenderlo. Si promesas incumplidas e iniciativas a medio cocer es la forma como Google atiende mercados, entonces aquí­ no hay nada bueno que esperar.

Tienen oficinas en Argentina, Colombia y otros paí­ses de la región. Sin embargo, es muy poca la visibilidad de estas en cuanto a iniciativas que sean de beneficio a la región. Tal parece que sus actividades más bien son para hacer crecer las ventas de sus servicios de publicidad en internet. Nada más.

Tercero: Google Chrome, el navegador web más usado del planeta, ví­ctima de recientes actualizaciones que lo han desestabilizado y convertido en un “niño problemático”.

Cuarto: Google Maps y Google Navigation, utilizados por, qué se yo, el planeta completo. Es increí­ble cómo se ha deteriorado la capacidad de estos dos servicios para realmente orientar a uno sobre cómo llegar de punto A a punto B.

Quinto: Android y el abandono de equipos perfectamente capaces de recibir las más recientes actualizaciones. Hasta su propio Galaxy Nexus, hecho por Samsung, no podrá ser actualizado a la versión 4.4 (“KitKat”) debido a un “problema de hardware” según reporta Engadget. ¿Qué recurso tienen quienes pagaron por el equipo y no se les advirtió sobre este problema? Ninguno. Y ni hablemos del estrepitoso fracaso del reproductor de medios en forma de esfera “Google Q”.

Pareciera como si Google quisiera decir: “ahí­ les dejamos ese desastre. Resuélvanse como puedan.”

Esto tiene que cambiar. Google no puede continuar en este camino en el que parece decir “hacemos lo que tengamos que hacer sin importar las consecuencias”. El problema es que en muchos casos, no hay competencia a la cual uno pueda recurrir para no depender de Google. Ejemplo: ¿es realmente posible uno tener éxito en hacer accesible ví­deos que uno publique sin usar YouTube? La contestación es obvia.

Con este monumental esfuerzo para poner a flote la barcaza Google Glass, que según documentos en poder de la afiliada de CBS KPIX-TV consiste de sobre 700,000 pies cuadrados y cuesta mantenerlas en un área del puerto de San Francisco unos US$80,000 mensuales, Google demuestra que para ellos es “más importante la espuma que el chocolate”.

Google parece estar fuera de control desde que Eric Schmidt dejó el puesto de director general. Su llegada a Google en agosto de 2001 fue precisamente para poner orden y disciplina en la compañí­a al ser el “adulto” que habrí­a de controlar a los “niños”, entiéndase Sergey Brin y Larry Page, fundadores de Google.

Ahora que Schmidt no está a cargo del dí­a a dí­a de Google, todo lo que vemos salir de Mountain View son “palos a ciegas”: novedades que llaman la atención, pero cero iniciativas a mejorar lo que ya ofrecen y resolver los problemas que confrontan.

En fin, mucha espuma y poco chocolate. Ojalá y no se les queme la estufa.

Fotos: @VRZone (Twitter) / Google